Las historias de éxito saben mejor cuando se narran con un vaso de cerveza en la mano.
Y es que esta bebida que se elaboró en la Edad Media por hábiles monjes se ha convertido en la fiel anfitriona de reuniones, encuentros y despedidas. Y no hay rincón en el mundo donde no se sirva esta espumante bebida.
Y a salud de eso, y como el consumidor buscaba nuevas experiencias, las empresas que se dedican a procesar los lúpulos y las cebadas se han visto en la obligación de innovar en nuevos sabores, aromas y texturas sin que este nuevo reto afecte su distribución. Y así lo entendió la canadiense Sleeman Breweries durante el boom de la cerveza artesanal.
Como al resto de productores, el aumento en la demanda de cerveza artesanal era una buena oportunidad para Sleeman. El problema era que, con su capacidad de producción, no eran capaces de satisfacerla. Su fábrica Okanagan Spring Brewery (OSB), de Vernon, en la Columbia Británica, trataba de llegar a los niveles de producción requeridos, mientras su equipo directivo buscaba maneras de aumentar las cocciones más allá de las ocho diarias.
Para concretar ese plan, la solución más práctica, por así decirlo, pero sumamente costosa, era construir una nueva fábrica o arriesgarse a elevar la producción en una fábrica que no estaba capacitada para hacerlo, con un anticuado sistema de control semiautomático.